Las Gradas al Cielo.

Existía en los tiempos de la coyuntura en la Era de la Información, un comerciante y diestro para los negocios, cuyo nombre era Sacarías. Era un señor de buena presencia, adornado de músculos por su contínuo trajín al gimnasio, el cual consideraba como su segundo hogar.
Al lugar donde apuntaban los ojos de Sacarías, encontraba diversas alternativas para generar dinero.
Confesaba Sacarías: "No entiendo por qué la gente no ve lo que yo veo. Si la gente me considera un desequilibrado, me llama la atención ser desequilibradamente rico. Lo que no te mata, te hace más fuerte. Gracias Nietzsche, por compartir con todos tu sapiencia."
Un día cualquiera, Sacarías conoció a un multimillonario, acerca de quien se oían rumores de que era ingenuo en demasía.
Así que en un día soleado, Sacarías se le acercó al magnate y le dijo:"Estimado José, te propongo un negocio que no puedes despreciar. Te voy a construir gradas al aire libre, a la mitad del precio del mercado. Te construiré todas las necesarias para llegar al cielo y estar al nivel de Dios."
José, el acaudalado, contestó con una pregunta: "Y yo, ¿para qué quiero alcanzar el Cielo?"
A lo que el brillante Sacarías afirmó: "Ni teniendo toda la riqueza del mundo puedes dejar de ser humano. En cambio, estando en el Cielo, serás omnipotente y tendrás un poder absoluto, al igual que un Dios, y todo el Mundo se postrará ante tus pies para adorarte."
José quedó convencido por las palabras de su nuevo asesor y puso en marcha el proyecto.
Obviamente, Sacarías le cobraría por anticipado por cada grada que le construiría a José, obteniendo un suculento dividendo por cada grada.
La clave era que Sacarías conocía la historia bíblica de la Torre de Babel, por lo cual su plan era construir las gradas con una base tan sólida, que pudiera alcanzar la mayor altura posible, para extraerle al ingenuo magnate hasta el último centavo de su acaudalada fortuna. Y así fue.
José se quedó sin ningún bien más que sus gradas, y toda la fortuna pasó a manos de Sacarías. Fue entonces que la víctima José se dio cuenta de su error al haber confiado en su asesor, pero ya era muy tarde.
El ingenio de Sacarías arrasó con la ingenuidad de José.

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