"Leonardo Da Vinci: La vida y obra del genio inmortal" escrito por el Ing. Julio Chai


   El hijo del susurro y el barro nació un 15 de abril de 1452 en una pequeña aldea toscana llamada Vinci, donde el viento parecía llevar secretos antiguos entre los olivares y los cipreses. Allí, en ese rincón que huele a tierra húmeda y a pan recién horneado, el universo se atrevió a parir a uno de sus más extraños milagros: Leonardo, bastardo de un notario florentino y de una campesina sin apellido rimbombante. Nació sin nobleza, sin derechos, sin un lugar asegurado en la historia. Y sin embargo, se convertiría en su cartógrafo, su ingeniero, su poeta, su anatomista, su pintor, su inventor, su pregunta constante.

   "El barro y el genio se confunden en los dedos del que sueña", diría siglos más tarde Galeano, como si estuviera pensando en él. Porque Leonardo no fue hijo de reyes ni de conquistadores, sino de un susurro que le llegó desde las entrañas del mundo. Era hijo de la observación y del asombro, de la noche que habla al oído de los sensibles, de la naturaleza que abre sus piernas ante quien la estudia con reverencia.

   Leonardo, desde niño, no preguntaba por qué llueve, sino cómo cae la gota y con qué ángulo se curva al tocar el pétalo. Mientras los otros niños perseguían mariposas, él las disecaba con la mirada para entender la coreografía de sus alas. Su primer taller no fue una academia, sino el campo. Su maestro no fue un sabio, sino el río Arno, que le enseñó que el agua es como el pensamiento: si no fluye, se pudre.


 

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